El 29 de junio se celebra el día internacional del barro. Numerosos estudios han demostrado que jugar en la naturaleza, y concretamente con barro, favorece el desarrollo físico, emocional y de aprendizaje de nuestros niños y niñas. Les ayuda a reducir los estados de ansiedad y depresión, haciéndolos más felices; estimula su capacidad de concentración y favorece el desarrollo de nuevas capacidades; además de que ensuciarse fortalece el sistema inmunitario, reduciendo las alergias y el asma.

Hace unos meses escribía sobre una actividad que habíamos puesto en marcha este curso en las aulas de 3 años de mi colegio, las salidas a la Casa de Campo. Para conmemorar el día internacional del barro, me gustaría compartir con vosotras y vosotros una de las experiencias que más gratificantes han resultado a niñas y niños, profesorado y familias que acompañábamos en estas salidas: salir a jugar con el barro.

Lanzábamos la propuesta con el siguiente email:

Queridas familias,

Las últimas lluvias nos dan la oportunidad de jugar con un elemento natural que ofrece muchas posibilidades en cuanto a motricidad fina y concentración, estimulando así su capacidad de aprendizaje: el barro.

Tenedlo en cuenta para traer ropa adecuada para la salida y revisad lo que tienen en su mochila de cambio.

Un abrazo.

Como docentes, solemos generar expectativas en torno a lo que puede o no suceder ante las propuestas que se hacen al alumnado. La idea que teníamos para nuestro día de barro era que manipulasen y experimentasen con sus manos, jugando con texturas diferentes que muy a menudo incluso son prohibidas. Imaginábamos procesos de concentración, creativos, de descubrimiento… Y el resultado fue totalmente diferente a lo esperado. Nos dejamos llevar y permitimos ese nivel de incertidumbre sostenible que suele darse en propuestas poco habituales.

Los cortafuegos de la Casa de Campo se habían convertido en auténticos lodazales con enormes charcos y, claro, las pauta era que se podía jugar con el barro. De repente, nos vimos inmersas en una actividad motora muy alejada de lo que teníamos pensado, pero igualmente enriquecedora.

Los objetivos de la actividad habían cambiado por completo y dejamos de lado el experimentar con las manos para dar paso a probar sus fuerzas al caminar por el lodo, el placer o displacer de desequilibrarse, de caerse y poder o no levantarse, de arrastrarse o rodar por el barro; la colaboración y trabajo en equipo para ayudar a quien se había quedado atrapado; la frustración de no poder salir o de que sus botas se hubieran quedado hundidas sin saber si podríamos recuperarlas. Y es que este recurso natural se convirtió de repente en una experiencia psicomotora poco habitual, donde niños y niñas ponían en juego muchas cosas no sólo en el aspecto corporal, si no también en el emocional.

Interesante era observar los procesos de aquellos que disfrutaban en primera línea de juego, pero igualmente interesante era observar y hacerse preguntas sobre quienes no se atrevían: los miedos, el no permitirse, el disfrute del juego ajeno, el juicio adulto que pesaba sobre sus acciones…

Recuerdo muy bien las caras y risas de los pequeños y pequeñas, pero también de aquellos mayores que acompañábamos. Creo que, de repente, habíamos conectado con algo tan profundo como nuestra infancia. Y es que aquel día puede resumirse como la felicidad absoluta de ser niño.

Para terminar me gustaría compartir esta frase que invita a la reflexión:

«Si tus hijos vuelven limpios a diario…es que no hacen su trabajo».

Mary Ruebush.

¿Qué te parece? Te leo

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  1. Me ha encantado!
    Hace un par de semanas, en la última Asamblea de aula, hablaba justo de esto a las familias de nuestra clase. Intentaba explicar, con el apoyo de las imágenes, por qué salíamos al patio esos días y por qué se manchaban tanto algunos. La frase final, te la copio 😉 Gracias por compartir!

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