La llegada de la Navidad es inminente y queramos o no la exposición al consumismo exacerbado amenaza todos los hogares.

Siempre, y desde hace unos años de manera mucho más tangible e insistente, me he cuestionado la manera en la que vivimos y si realmente vivimos como queremos o como nos han marcado que tenemos que vivir. Esta pregunta recurrente hace que esté expuesta a teorías, charlas, libros, artículos… que me ayudan a cuestionar constantemente el mundo que estamos construyendo para nuestros niños y niñas y cómo, muchas veces de manera inconsciente, proyectamos en ellas y ellos que lo importante está en el valor de las cosas (el tener) y no en las relaciones o lo intangible (el ser).

Hace unas semanas llegó a mí la teoría de Manfred Max-Neef, economista, ambientalista y político chileno, ganador del Premio Nobel alternativo de Economía en 1983 (Right Livelihood Award). En ella Max-Neef habla de que las necesidades humanas (subsistencia, protección, afecto, entendimiento, ocio, participación, creación, libertad e identidad) son las mismas en todas las culturas y en todos los periodos históricos, lo que cambia es la manera o los medios para satisfacerlas. Según esto, las necesidades de una sociedad consumista serían las mismas que las de una sociedad ascética. Entonces, ¿en qué estamos poniendo el foco para alejar cada vez más a las niñas y niños de lo esencial de la vida? 

 “La forma más directa y eficaz de matar el asombro de un niño es darle todo lo que quiere, sin ni siquiera darle la oportunidad de desearlo” (Catherine L´Ecuyer). Y, como decía Miguel de Cervantes, “la abundancia de las cosas, aunque sean buenas, hace que no se estimen (…)”. Os dejo este artículo que se publicó a principios de año que habla precisamente de lo que supone darle todo a los niños y niñas. 

En nuestra cultura del “tener” vivimos en un estado de insatisfacción crónica porque siempre hay algo que no tenemos y eso, en el mundo de la inmediatez, del ya, del en un click y del ahora nos frustra y nos genera ansiedades y necesidades no reales. Y es que parece ser que cuando tengo y cuando compro cosas estoy mejor, más contenta, más ilusionada…, porque aumentan los niveles de dopamina, la hormona reguladora del placer. Y, sí, esto es lo que mostramos inconsciente y constantemente a los niños y las niñas de nuestro entorno más cercano.

Para empezar a replantearnos el modelo que proyectamos podemos reflexionar en torno a algunos aspectos, de fácil acceso en estos días:

El lenguaje

Poner el foco en lo esencial (en el ser) y dejar de lado el valor del tener.

  • ¿Cómo quieres celebrar tu cumple? Vs. ¿Qué quieres que te compre para tu cumple?
  • ¿Cómo has pasado el día de Reyes? Vs. ¿Qué te han traído los Reyes?
  • Espero que lo disfrutes porque tenías muchas ganas. Vs. Cuídalo que es muy caro.

La publicidad y la idealización de los juguetes

Muñecas que se mueven solas, coches que corren a toda velocidad… cuando llegan a casa no les valen porque no hacen lo mismo que en el anuncio, decepciones que hacen que los juguetes se acumulen en un armario y nunca haya suficiente. Dialoga con tu hijo o hija si se da un “me lo pido” durante un anuncio en la televisión. Y recuerda cuáles son los mejores juguetes para la infancia.

El regalo adecuado

¿Cómo elijo el regalo adecuado y en la medida adecuada? Hazte preguntas como:

  • ¿Es acorde para su edad? Parece obvio, pero la mayoría de los regalos que se hacen no son adecuados a la edad.
  • ¿Cubre una necesidad no atendida? ¿realmente lo necesita? ¿cuánto necesita?
  • ¿Favorece el desarrollo de sus habilidades? y ¿qué habilidades desarrolla?
  • ¿Es fácil de cuidar y recoger?
  • ¿Responde a estereotipos de género?
  • ¿Por qué pide esto? ¿hay factores ambientales que le impulsen a ello o surge de él/ella?

Y entre reflexiones y compras navideñas, sólo un consejo: dejémosles que sean lo que son y no que sean lo que tienen.

Esta es la imagen que me ha generado esta reflexión.

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