El día 02 de octubre, aniversario del nacimiento del líder pacifista Mahatma Gandhi, se celebra el Día Internacional de la No Violencia, aunque en las escuelas se acostumbra a celebrar el “Día de la No Violencia y la Paz” coincidiendo con el aniversario de su muerte, el 30 de enero.
El tema de la violencia es bastante delicado, especialmente cuando hablamos de ella en el ámbito escolar. Vivimos en un mundo en el que la violencia es legítima e incluso forma parte del ocio infantil, juvenil y adulto: medios de comunicación, programas de televisión, videojuegos, dibujos animados, películas, juguetes… y nuestros niños y niñas se exponen a ella de manera diaria, aunque queramos protegerlos.
La violencia puede abarcar muchas formas, contextos y maneras de expresarla y me preguntaba si los niños y las niñas son capaces de percibirla de la misma manera que lo hacemos los adultos, así que me acerqué a un aula de 5 años para conversar sobre la violencia y lo que saben de ella.
Lo primero que detecté es que de primeras asocian la violencia al mundo imaginario de las películas, los dibujos y los juguetes diciendo cosas como que son las “pelis de peleas donde salen cuchillos afilados, pistolas, espadas…”, que la violencia es “atacar mucho con cuchillos y espadas”, “los tirachinas”…
De repente, alguien mencionó que la violencia no sólo está en las películas, también en las canciones y en la realidad: “como la abuela de mamá que pasó una guerra”. Y “una guerra ya sabemos que no se puede hacer porque si no nos morimos todos”. O como «nuestra canción del cole que habla de la violencia».
Como habíamos aterrizado ya en el plano de la realidad yo les pregunté si en el colegio había violencia y un grupo contestó al unísono con un rotundo NO. Claro está, no es la violencia de la que veníamos hablando, esa que sale en las películas, esa en el cole no existe “tampoco te pases”. Una niña se dio cuenta rápido de que habíamos cambiado a otro plano y empezaron a salir respuestas como: “sí, hay violencia, pegarse”, “si le doy un puñetazo a María en la espalda, eso es violencia”, “o si yo ahora muerdo un moflete”, “pellizcarse”, “tirar del pelo”, “dar tortas”, “dar patadas”, “romper el cole también es violencia”, “insultarse”… A veces se soluciona “hablando” o “pidiendo ayuda a un profe”, “pero si no paran de pegar no sabemos cómo hacerlo para solucionarlo”.
Tras veinte minutos de conversación entonces les pregunté si sabían porque se celebraba el día de la No Violencia. Sólo hubo una respuesta: “El día de la No Violencia se hace porque nunca se puede hacer violencia y hay mucha violencia en el mundo”.
En las escuelas vemos de manera habitual que los niños y las niñas se relacionan o incluso juegan de una manera violenta o agresiva entre ellos. Y eso, a las personas que los acompañamos, nos incomoda muchísimo. Decían Lapierre y Aucouturier en su libro “Simbología del movimiento” que la agresividad es un modo de relación con el otro, una comunicación (…) el modo más primitivo (…).
La agresión entre los más pequeños se interpreta como una demanda de relación, pero necesita una respuesta por parte de los referentes que acompañan. No se puede pasar por alto, porque si no obtiene una respuesta aumentaría su intensidad, con lo cual tiene que haber una intervención adulta; pero, por el contrario, si se prohibiera y reprimiera también estaríamos reforzándola y saldría desbordada en el momento menos esperado. Por estas dos razones, para mí siempre ha sido una de las cosas más complicadas de gestionar dentro del aula: ¿hasta dónde permitir expresar esa necesidad primaria?, ¿cómo puedo a la vez proteger al resto del grupo?, ¿cuál es la edad en la que ya deberían controlar esos impulsos?, ¿4, 5, 6 años?, ¿qué hacer cuando en un grupo hay un índice alto de agresividad en las relaciones?…
A día de hoy tengo claro que hay que permitirles experimentarla, dentro de marcos y contextos preparados para ello; jugarla para que sean capaces de transformarla y llevarla a un plano simbólico, desprendiéndose de su pulsión más primitiva (ser capaz de jugar a… y no pegar de verdad), integrándola y aceptándola sin culpa, pero sin olvidar que hay que proteger al resto de niños y niñas poniendo límites claros de hasta dónde podemos llegar cuando estamos en comunidad. La integración en equilibrio de todos estos factores, no siempre es fácil y, al menos a mí, me trae más que un quebradero de cabeza.
Con esto no quiero legitimizar la violencia dentro de las aulas, espero que no haya malas interpretaciones al respecto. Sólo digo que a veces hay que mirarla «con ojos de niño«, sin descontextualizarla, ni añadirle connotaciones adultas que tanto aterrorizan. Hay que recogerla como parte de los procesos de aprendizaje y socialización en la etapa de Infantil, cuando habitualmente no hay lenguaje o faltan estrategias comunicativas para expresar lo que nos sucede, o cuando todavía somos incapaces de salir de nuestra propia necesidad para tener en cuenta a quienes nos rodean. Y, por supuesto, hay que tener en cuenta que habrá niños y niñas que necesitarán otro tipo de intervenciones porque su agresividad estará más vinculada a malestares y dificultades emocionales profundas donde la violencia suele ser el síntoma y de nada serviría tratar el síntoma sin solucionar lo que hay de fondo.
Y en vuestras escuelas, ¿cómo gestionáis la agresividad dentro del aula?
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