Pasamos muchas horas en las aulas pero a veces las propuestas no tienen fuerza y los niños y niñas no terminan de conectar. Todo ello a pesar de las horas que dedicamos a preparar y organizar clases. ¿Qué ocurre?
El currículo ofrece una estructura fijada de contenidos de aprendizaje, las programaciones generales de aula establecen qué es lo que hay que aprender y cuándo. Las editoriales nos ofrecen generosamente unidades didácticas (ahora proyectos que suena mejor) que establecen fichas o actividades guiadas en cada huequito del horario semanal. La pregunta es, ¿Dónde quedan los niños y niñas?
El gran Loris Malaguzzi vivenció y dejó por escrito que “las escuelas siguen a los niños, no a las programaciones”. Y así debería de ser. Nos olvidamos de lo esencial por estar pendientes de lo oficial. Nos metemos en la rueda del día a día y perdemos de vista la vida, lo espontáneo, la riqueza de la infancia.
Todo nos abala para que no sea así, existen multitud de escuelas punteras nacionales e internacionales que ejemplifican cómo la educación está al servicio del desarrollo de la infancia; contamos con numerosas metodologías activas que permiten la expresión de los niños y niñas en su aprendizaje; la neuroeducación no para de decirnos que no se puede aprender sin emoción, que no se puede aprender estando tanto tiempo sentados…
Sin embargo, seguimos inmersos en lo supuestamente fácil: organizar lo que ocurrirá en cada momento pensando que podemos tener el control de qué aprenden, cuándo y cómo un número amplio de niños y niñas.
No es lo mismo diseñar los contenidos del currículo, preparar propuestas y generar un marco base que esté al servicio de la infancia y los acontecimientos que programar lo que toca y hacer que la infancia se ajuste.
Efectivamente es más difícil aprender a mirar y observar a la infancia, registrar sus procesos, entenderlos y facilitar propuestas para su desarrollo para después volver a repensarlas en función de lo que ha ocurrido.
Los objetivos y contenidos son importantes pero mucho más importante es cómo se consiguen y porqué. El proceso es lo que da valor a lo que se aprende.
Un buen docente es quien conoce minuciosamente los objetivos y contenidos necesarios para el desarrollo de la infancia pero cuando llega al aula acompaña a la infancia para que se exprese y consigue que objetivos y contenidos se desarrollen a través de los acontecimientos cotidianos.
Por eso hoy quería preguntarte, en tu escuela ¿qué porcentaje de tiempo la actividad está guiada por las necesidades docentes y cuánto por las necesidades de los niños y niñas?
Artículo escrito en el número 97 de la revista Aula de Infantil de Graó
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