Hoy os escribo como docente y también como padre de un grande de dos años. Así que, como es natural, frecuento ese espacio tan especial para los niños y las niñas: los parques. Parques de diferentes barrios, estructuras y entornos donde observo a la Infancia en expresividad libre y también a esos otros seres que frecuentan y perturban la dinámica de los parques: los adultos.
Podríamos detenernos a analizar las estructuras y posibilidades de estos espacios exteriores de juego pero no será hoy, simplemente me gustaría reflexionar juntos acerca de lo que significa un parque o un espacio de juego.
Se trata de un espacio diseñado para la expresividad libre de la Infancia, que respeta las medidas de seguridad pertinentes, que ofrece diversas posibilidades para que se desarrolle el juego espontáneo y se socialicen nuestros niños y niñas.
Sin embargo, aunque compartimos esta descripción, observo allá donde voy que hay más adultos jugando con sus hijos, sentados en los areneros y merodeando en las estructuras que niños jugando libremente. ¡Más adultos que niños dentro del parque!
Entonces, ¿Cuál es el lugar del adulto?
El lugar del adulto debería ser acompañar desde la distancia los procesos de descubrimiento, juego y socialización de su hijo o hija. No hay nada que produzca más satisfacción a un niño que lograr un hito por si mismo (subir una escalera, tirarse por el tobogán…) y volver la mirada para ver que su adulto de referencia está sosteniéndolo desde la distancia, validando su logro y sonriendo en su proceso.
En vez de eso y como dice Catherine L’ecuyer nos adelantamos a sus procesos haciéndolos nosotros por ellos, “ayudándoles”, y por tanto, les hacemos perder su capacidad de asombro: asombrarse de poder subir solos, asombrarse de encontrar un insecto en el arenero, asombrarse de hacer un castillo en la arena, asombrarse de saltar con los dos pies juntos…
Un sin fin de descubrimientos y posibilidades donde padres y madres nos adelantamos al tener un rol más activo que observador. Por supuesto, esto no quiere decir que no podamos jugar con nuestros hijos e hijas, que nadie os quite ese placer. Quiere decir que tenemos que saber que los parques son para ellos y ellas, su espacio de expresión libre, donde podemos estar y formar parte pero siendo conscientes que nuestro lugar es estar en la periferia, observando desde la distancia y facilitando con la mirada sus logros y relaciones.
Además, si les dejamos que se expresen libremente y sean ellos mismos podremos observar cómo serán en el futuro, cómo se relacionarán con los demás, cómo se enfrentarán a las dificultades y cómo investirán los espacios. Un contexto privilegiado para acompañarles en la vivencia y aprendizaje de resolver conflictos, compartir o relacionarse con otros.
Fotografía de portada: greg westfall
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Así mismo, disfrutar de verlos desafiar el peligro y lograr nuevas metas, es sin duda una buena manera de educar y amarlos